GOMEZ12102020

Mi última voluntad será convertirme en astronauta
Eloy Garza 

Monterrey.- Supongamos que a estas alturas de mi vida, tuviera que elegir una sola canción entre todas las que he escuchado en mi vida (ya sé que formular este tipo de tonterías no conducen a nada bueno, pero a mí me gustan, ni modo).

Ante esta disyuntiva peliaguda, yo elegiría una canción que casualmente (y les juro que es una simple coincidencia por insólito que parezca), se terminó de grabar el día en que nací: el 4 de julio de 1969.

La canción se titula “Space Oddity”, y por supuesto su autor y sin duda su mejor intérprete, fue ese ser venido de otro planeta llamado David Bowie.

Con esto no quiero dar a entender que exista una especie de conexión mística o vínculo supraterrenal entre David Bowie y yo (¡qué más quisiera uno!), porque caería en lo que Freud definió como “pequeño narcisismo”; y ya les he dicho un millón de veces que a mí no me gusta exagerar.
Además, Bowie no me hubiera pelado nunca, ni siquiera con el fin práctico de que le prestara mi tarjeta de crédito para amontonar ese polvito blanco, también conocido como “periquito” (al que mi ídolo era tan afecto), entre otras razones, porque yo ya no uso tarjetas de crédito.

El día en que yo me muera (si es que algún día me muero, no se los aseguro), les pediré que en mi funeral pongan a todo lo alto “Space Oddity”, no tanto para que yo la oiga (al cabo los muertos generalmente no oyen nada de nada), sino para que mis deudos (¿por qué les dirán deudos a los familiares y amigos del difunto si no les debe nada?) le presten atención a la maravillosa música y letra de Bowie. Si los empleados de la funeraria no aceptan, o se ponen rejegos, suéltenles un billete de 200 pesos (ese lubricante afloja todo, ¡viva México!).

Termino este texto tan melancólico (y tan oportunista porque en el fondo lo que pretendo es que ustedes recuerden que hoy [ayer] cumplo [cumplí] años), con la advertencia de que si yo estuviera en la situación del “Mayor Tom”, haría lo mismo que el mítico astronauta: “flotar alrededor de mi lata de hojalata, muy lejos, por encima de la luna”, donde el tiempo medible y cuantificable ya no exista y yo deje de hacerme cada día más arrugado y viejo.